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El talento de Mr. Ripley

Año 1999
País USA
Estreno 25-02-2000
Género Thriller
Duración 122 m.
ZINEMA.COM T. original The talented Mr. Ripley
  Dirección Anthony Minghella
   Intérpretes Matt Damon (Tom Ripley)
  Gwyneth Paltrow (Marge Sherwood)
  Jude Law (Dickie Greeleaf)
  Cate Blanchett (Meredith Logue)
  Philip Seymour Hoffman (Freddie Miles)
   Guión Anthony Minghella
Fotografía John Seale
Música Gabriel Yared
Montaje Walter Murch
Sinopsis
Joven sin ningún rumbo concreto en su vida, Tom Ripley recibe un encargo del acaudalado padre del joven vividor Dickie Greenleaf: ir a Italia y convencer al playboy pródigo para que regrese a América. Sin embargo, en cuanto llega a su destino Ripley queda seducido por la encantadora existencia de Dickie: la casa en Amalfi, las escapadas a Roma, los hoteles de primera clase, y una hermosa muchacha que completa el triángulo. A Dickie le cae muy bien este nuevo amigo sin sospechar hasta donde llegará Ripley para apropiarse de su estilo de vida.
    
Referencias
  • El ganador de nueve Oscar con El paciente inglés, Anthony Minghella, es el director de esta película.
     
  • Se basa en la novela de Patricia Highsmith A pleno sol, llevada al cine en 1959 con Alain Delon como protagonista. Una parte del rodaje ha tenido lugar en la isla de Ischia, donde también se rodó la película de René Clément.
     
  • Está protagonizada por Matt Damon (El indomable Will Hunting, Salvar al soldado Ryan, Dogma), Jude Law (Gattaca, eXistenZ), las oscarizada Gwyneth Paltrow en la edición de los Oscar 1999 por Shakespeare in love y la perdedora de la misma edición con Elizabeth, Cate Blanchett.
     
  • Los derechos para la adaptación eran de Sydney Pollack (Memorias de África, Caprichos del destino), quien se los cedió a Minghella cuando advirtió el interés de éste por llevar a la pantalla la historia de Highsmith durante el rodaje de El paciente inglés.
Crítica
Anthony Minghella va camino de convertirse en un director de cine de qualité. Ya con El paciente inglés demostró que era capaz de dotar a sus película de una atmósfera muy peculiar que lindaba la melancolía y la evocación nostálgica de un pasado idealizado que parece haberse perdido para siempre.

Con El talento de Mr. Ripley, al margen de la historia que narra, vuelve a tratar de transmitir, sobre todo, sensaciones. Para ello recurre nuevamente a una historia de amor imposible ligada a entorno con encanto, a unos personajes que viven al margen de los convencionalismos sociales y a una magnífica música que, en este caso, es una cuidad selección de temas jazzísticos de la época.

Tratar de valorar la fidelidad de la adaptación a la pantalla de la novela de Patricia Highsmith o establecer algún tipo de comparación con la versión cinematográfica anterior vuelve a resulta, una vez más, un ejercicio inútil. En general, resulta más interesante valorar la película como una obra autónoma y desvinculada de toda referencia literarias (aunque un análisis en profundidad de la misma no deba obviarlo).

Ello no es óbice para determinar que el personaje de Ripley, interpretado por Matt Damon, es el principal lastre de la película. Objetivamente y dejando al margen su traslación literaria o cinematográfica en A pleno sol, el personaje resulta poco o nada atractivo. Es demasiado ambiguo. Más interesante resulta el personaje interpretado por Jude Law, con su grado justo de ambigüedad, cinismo y enigmática personalidad que, sin lugar a dudas, hubiera sido el perfecto Mr. Ripley. Un actor que, por otro lado, está desarrollando una homogénea carrera encarnando personajes torturados por una doble o múltiples personalidades como en eXistenZ o Gattaca. En todo caso, si algo hay que destacar en la interpretación de Matt Damon es la espléndida imitación del My funny Valentine, de Chatt Baker.

La película, en todo caso, y especialmente en su segunda mitad, no consigue despertar el más mínimo interés por lo que está ocurriendo. Desde la desaparición del Dickie, en una memorable escena a bordo de una pequeña embarcación que proporciona un impecable picado, la película, como si hubiese alcanzado su punto culminante (que, por otro lado, así es), comienza a carecer de fuerza narrativa. A partir de este momento poco importa lo que le suceda al protagonista. Ha perdido todo lo que deseaba y por lo tanto no hay nada peor que le pueda ocurrir, salvo, claro está, seguir viviendo.

N.A.