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EL CINE VIVE
FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE ROTTERDAM 2007

 

Ha finalizado la edición número 36 del Festival de Cine de Rotterdam. La ciudad acogía en sus cálidas salas de cine a un gran número de películas, miradas procedentes de todos los rincones del planeta; algunos de sus protagonistas nos contemplaban como pequeños Nanouks del siglo XXI al otro lado del espejo. Porque si algo sorprende todavía a la mirada del hombre occidental contemporáneo, -habituada a la transgresión gratuita, inmune a la ficción dramática, a la conciencia de lo breve, de espaldas a la memoria-, si algo le devuelve a sí mismo y a su relación con el mundo, es la fisura que en el material filmado establece el  “documental”, entendido éste no como el género de la no-ficción, sino como la forma de pensamiento cinematográfico que se cuestiona el estatuto de lo real frente a la cámara. Y Rotterdam apuesta por el cine en estado puro, aquel que de algún modo sigue conectado con sus orígenes, el que registra el movimiento; el que, recordando a Bazin, embalsama el tiempo.

En este sentido, y fuera de la competición propia de todo festival, sin duda alguna, la victoria del cine está hoy por hoy en las manos del continente asiático; los vertiginosos cambios a los que se ve sometida su población habitan la ya consagrada filmografía de jóvenes realizadores como Jia Zhang-ke ó Apichatpong Weerasethakul; sus obras,  Still Life, -premiada con el león de oro de Venecia 2006-, y Syndromes and a Century, respectivamente, se exhibieron dentro de la sección Maestros: Reyes y Ases. En ella se ofrecía lo mejor del cine más loado: Pedro Costa, Herzog, Iosseliani, Kore-Eda, Kiyoshi Kurosawa, Mohsen Makhmalbaf, Jafar Panahi, Alain Resnais, Tsai Ming-liang entre otros, presentaban sus últimas películas en el festival.

El principal cronista de la China en proceso de transformación es  Jia Zang-ke. El sentimiento de pérdida propio de la imagen cinematográfica brota de cada uno de los fotogramas de la hermosísima Still Life (Naturaleza Muerta), título en inglés tan diferente del original, Sanxia haoren (La buena gente de las Tres Gargantas). La construcción de la gigantesca presa del mismo nombre en el río Yangtsé es el emplazamiento elegido por el director para contar dos historias de búsqueda.  El ritmo de la destrucción de las aldeas circundantes hace tambalearse al de los protagonistas: hurgar entre los resquicios del pasado mientras el tiempo lo permita, porque el progreso acecha. Los bodegones que han dado nombre al título en inglés sirven para atemperar las transiciones: encadenados inexistentes imaginados sobre la luz tenue que permanece en los objetos, signos que delatan a los hombres, esas buenas gentes que olvidarán su historia bajo las aguas del río amarillo. La imagen se sostiene el tiempo necesario para indagar en los rostros, las manos, los objetos propios de los seres humanos que conforman el mosaico del film. El autor de Platform (2000), Placeres Desconocidos (2002), El Mundo (2004), se revela al fin como un gran retratista de su tiempo.

Las secciones Cinema of the Future: Sturm und Drang, y Cinema of the World: Time and Tide ofrecieron una rica selección de las filmografías de países emergentes.

Entre ellos, destaca el film Kaishuiyaotang, guniangyaozhuang, traducida como Quiero bailar del director chino Hu Shu. En la línea del documental más puro y rodada en video , -no en vano sus trabajos anteriores son todos documentales-, cuenta los avatares de Pian, una niña de la etnia Miao, que desea participar en un concurso de bailes tradicionales. Filmada en las remotas montañas de Guizhou, una región del sur de China que no formó parte del imperio hasta la dinastía Ming, sus habitantes intentan preservar su identidad cultural desde hace siglos. Aunque es evidente la filiación con a las exitosas La historia del camello que llora La cueva del perro amarillo de Byambasuren Daava, Quiero bailar es una historia sencilla, conmovedora, que brilla con luz propia.

También en video, se exhibió el primer trabajo del tailandés Uruphong Raksasad titulada  Reanglao jak meangnue (Historias del norte).  Formada por ocho capítulos que podrían funcionar de manera independiente, no puede considerarse como una obra concluida sino como un interesante esbozo, en el que se manifiesta una sensibilidad extraordinaria por parte de este joven director, que intenta además vivir de la agricultura.

De una belleza nostálgica, la cámara registra lo cotidiano, en ocasiones al más puro estilo Lumière, en el área de Chiang Rai, el lugar donde creció el autor. La ausencia de jóvenes señala el fin de un tiempo, la extinción de una forma de vida. A veces poético, a veces carente de toda planificación, los errores en el uso de los medios técnicos, -sonido en especial-, son continuos; un mal menor frente a la belleza de su contenido, que deberá solventar en futuras producciones profesionales, que sin duda obtendrán el éxito que anuncia esta modestísima película.

Sin embargo, el film, -de nuevo, chino-, Binglang de Yang Heng, premiado en el Festival de cine de Pusan, filmado también en video y con escasísimos medios, es absolutamente preciso en cada plano y demuestra un dominio del lenguaje cinematográfico espectacular. El relato de un verano adolescente a la orilla de un apacible río, transmite una tranquilidad indescriptible; la vida en una pequeña ciudad de provincias en la que nunca sucede nada, un lugar en el que no existe ni fuerza ni  esperanza, donde los protagonistas vagan de un lugar a otro cometiendo pequeños delitos. El film se disfruta sin prisa, como la cadencia del tiempo en ese río, en una tarde de verano.

De Bangladesh y volviendo al celuloide, se exhibió el film Nirontor (Forever flows) de Abu Sayeed, pionero del cine independiente, Premio Especial del Jurado del Festival Internacional de Cine de India, y candidato oficial al oscar por su país. Heredero directo del cine de Aki Kaurismaki en el trabajo con los actores y con la desnudez de una escenografía colorista y simplificada, la historia de una joven que ejerce la prostitución para ayudar a su familia es un drama contenido que defiende a la mujer en una sociedad misógina. Aunque el relato se asemeja a The cloud-capped star de Ritwik Ghatak, -mujeres que sufren el rechazo desde el propio seno familiar, con un retrato de los hermanos varones absolutamente patético-, la historia de Sayeed carece de la carga dramática de la primera, y también del sentido del humor del gran director finlandés. Sin embargo, se trata de un hermoso film y de una brillante interpretación; sería una suerte que llegase hasta el gran público europeo.

La ingente producción asiática exhibida durante el festival incluía no sólo producciones chinas, -aunque esta filmografía fuese la más numerosa-, tailandesas o bengalíes como las mencionadas; también Hong-Kong, Malasia, Taiwán, India, Filipinas, Vietnam, Japón, Corea del Sur presentaban una muestra de su cine, muchas de ellas gracias a la ayuda del Hubert Bals Fund. Esta fundación ayuda a jóvenes talentos de países en vías de desarrollo a llevar adelante sus proyectos cinematográficos mediante la concesión de becas, que en ocasiones son determinantes para la realización de los mismos. La fundación considera relevante el aspecto financiero, pero no exclusivamente, dado que también tiene en cuenta su contenido y su valor artístico. Desde que comenzó su andadura en el año 1988, más de 700 proyectos de realizadores independientes de Asia, Oriente Medio, Europa del Este, África y  América Latina han recibido su apoyo.

Anualmente, el Hubert Bals Fund  dispone de 1,2 millones de euros que se entregan en forma de becas de hasta 10.000 euros por guión y desarrollo del mismo, 20.000 euros por producción digital, 30.000 euros para postproducción y 15.000 euros para su distribución en el país de origen.

Todos los años, el Festival Internacional de Cine de Rotterdam exhibe las películas subvencionadas por la fundación. En total han sido 20 las películas de este 2007, de las cuales dos han entrado en competición: La Antena de Esteban Sapir (Argentina) y Love Conquers All de Tan Chui Mui (Malasia).

Asimismo, durante el festival se celebró la edición número 24 de Cinemart, el mercado de la coproducción internacional, una plataforma que ofrece a los cineastas la oportunidad de exponer sus ideas a la industria del cine internacional y de hallar el modo de financiarlas. Cada año, Cinemart invita a un determinado número de directores y productores para que presenten su proyectos cinematográficos a coproductores, banqueros, fundaciones, agentes de ventas, distribuidores, cadenas de televisión y otras fuentes de financiación potenciales.

El festival de cine ha proyectado 10 películas cuyos proyectos se presentaron a Cinemart en años anteriores; entre ellas la mencionada Still Life de Jia Zhang-ke, y  Day Night Day Night de Julia Loktev, un film que narra con asombrosa templanza los preparativos de un atentado suicida. De brillante realización, la mirada entomológica de la directora sobre la joven protagonista sostiene los tiempos de la acción más cotidiana sin tregua,  suscitando un interés máximo, una atención firme sobre cada gesto. Porque este film de ficción revela el trabajo artesanal de la joven directora. Su habilidad nos regala una trama de suspense sobresaliente.

La mayoría de estos trabajos nunca volverán a ver la luz de una sala de cine. La reducción de costes y el generoso apoyo del Festival de Rotterdam  y colaboradores ha permitido, al menos en una ocasión, que todas esas películas, -de las que aquí sólo hemos nombrado una ínfima parte-, existieran; que sus autores conquistaran la posibilidad de expresarse libremente.

La ventana abierta al mundo que es Rotterdam durante estos días de enero no debiera finalizar ahí. La amenaza de su desaparición nos hace pensar en la completa extinción de las utopías, en el olvido del pensamiento rosselliniano. La lucha por apoyar económica y moralmente la expresión artística cinematográfica que tiene lugar fuera de la industria es un hecho extraordinario, que no considera a todas esas historias en imágenes como objetos de consumo rápido, ni al público espectador como un rebaño de estulticia.

Porque , ¿qué tipo de ser humano necesita el mundo moderno? Sin duda alguna individuos conscientes capaces de elegir, de mirar, de afrontar sin temores la complejidad del mismo. Un ser humano al que se le permita trazar su propio relato vital que, en palabras de R. Sennett, sirva de sostén a la existencia; un proyecto de vida que recupere la memoria y no repare en el corto plazo.

El eco de la crisis de la civilización, de la pérdida de valores fundamentales en el nombre de una explotación comercial embrutecedora, propagada por los medios de comunicación, no resuena en las pequeñas salas de cine de esta ciudad europea, Rotterdam, en el frío mes de enero.


Autora: Esmeralda Barriendos


 

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