| películas | crónica | festivales | premios | textos |

PLACERES DESCONOCIDOS
Ren Xiao Yao

 

Procedente de la Academia del cine de Pekín al igual que los cineastas de la generación precedente, Jia Zhangke no sigue el mismo recorrido que sus mayores. En tres películas desde 1997, reconstruye la vida de los individuos y sus poderes en los últimos 20 años de la China continental que, tras la Revolución Cultural se volcó en la Era de las Reformas. Mientras los directores precedentes, educados en la tormenta de la Revolución Cultural, se interesan por encontrar su identidad como miembros de un ente social mediante una recomposición de la Historia, Jia Zhangke filma a individuos de hoy, con el paro y los despidos, el sexo, la disolución de la vida social, la deriva fuera de la ley en un país donde la juventud sigue buscando su sitio, desgarrada entre el poder de la ideología de antaño y la economía socialista de mercado, que es la expresión de un gran deseo consumista pero que no ha encontrado su equilibrio todavía.

En el instante en que una generación de dirigentes de 70 años cede en parte su puesto a unos hombres entre los 50 y 60 años, en el que China entra en la Organización Mundial del Comercio, prepara los Juegos Olímpicos pero mantiene una concepción no occidental de la democracia, la película de Jia Zhangke es una mirada apasionante que además adopta una novedosa técnica de filmación.

Quemaduras de lo cotidiano

Las noticias sobre China, vengan de donde vengan, no son ciertamente buenas, ya procedan éstas de Hong-Kong (Fruti Chan, contándonos el devenir de las niñas enviadas a prostituirse al antiguo enclave británico) o sean ahora la que nos cuenta Jia Zhangke aquí, un chino del norte que regresa a su ciudad natal, y que nos muestra una profunda pesadumbre, una lenta decadencia de los días y de los sentimientos.

Lo mismo sucedía en Taipei, bajo la mirada de Hou Hsiao-Hsien, y creímos que la causa era la situación de Taiwán; y en Hong Kong y en Corea del Sur observamos lo mismo de nuevo y pensamos que la occidentalización se había implantado demasiado rápido. Y así, en las ciudades industriales próximas a Mongolia, en esta sociedad que salvo ciertos aspectos vive en otra época, en otra civilización, se instala un malestar idéntico al que conocemos en otros lugares, esa incapacidad de situarse que es padecida en primer lugar por los jóvenes adultos. Aceptar las referencias de otra generación o elaborar nuevos mundos por venir son dos hipótesis equidistantes, tan improbables una como la otra. Chicos y chicas de 18 y 20 años dan la impresión de tomar sólo los peores clichés de la sociedad que les rodea, momentos descuajaringados de una mecánica sin razón; Atiborrados de televisión, han escuchado cómo eran vencidos todos los relatos del mundo, y han presenciado la desarticulación de todos los lazos, - sociales, familiares, políticos, etc.-. La constatación es banal, no pertenece ni a este siglo ni a este continente, pero por ello su universalidad golpea ahí tanto como los colores de las circunstancias.

A decir verdad, hay dos realidades a juzgar o al menos a considerar. La primera de ellas es la mostrada por Zhangke: una mezcla de extraña libertad y de asfixia irremediable, personajes a los que todo se muestra abierto; el horizonte, el país al final de la autopista, estudios, aventuras (fundamentalmente las de una noche) y a los que nada les es impuesto, en el sentido de una presencia, de una autoridad de hecho, de una experiencia importante. Personajes sin gran interés aparente, sin obsesión ni proyectos, sin resistencia ni identidad, sin deseos ni aspiraciones. Pero esa misma vacuidad es la que poco a poco les concede su valor. Son las superficies planas que reflejan la luz sin modelo del mundo en el que viven, y los artesanos semiconscientes de un trayecto individual nuevo. Como primera generación confrontada a un liberalismo relativo, comprueban sobre su piel la amplitud de esos nuevos espacios a explorar, esta salida de la economía de Estado, de las estructuras familiares tradicionales, del control social sobre los sentimientos privados, porque de esto se trata, de una vida nueva, de poder provocar, engañar, seducir al otro sin que ningún orden externo se mezcle en las relaciones intimas entonces inventadas. En Placeres Desconocidos una de las jóvenes parejas es el ejemplo de una vía tradicional, completamente organizada por las estructuras establecidas: las citas son decentes aunque clandestinas, ya que ésta es la regla del juego; los encuentros se interrumpen según los exámenes a preparar, y todo alrededor de la pareja respira la estabilidad y el aburrimiento de los ejercicios acordados; el espacio es tranquilizador, las situaciones calmadas, los programas de TV carecen del peligro de apertura al exterior. Por el contrario, la pareja protagonista se halla inmersa en una aventura que la sobrepasa porque sin duda no responde a ninguna representación, a ningún modelo social o cultural establecido. O no es una verdadera pareja o lo es contra viento y marea, con perspectivas imposibles de asumir, horizontes insondables. El joven muchacho, se dedica a ello con obstinación, a forzar la hipótesis, a buscar la consecución de esos momentos improbables. Y todo lo conseguido, aparentemente carente de sentido, se constituye sin embargo en otras tantas nuevas aperturas, tantos desafíos, tantos caminos por dibujar. Siguiendo a la mujer que él ha elegido (para amarla, para acostarse con ella, para cumplir con una decisión que no importa, puesto que no estamos en un estudio psicológico sino en una descripción de estados), desafiando el riesgo físico, acumulando inconsecuencias, no inventa un destino de cuerpos articulados sino una cotidianeidad que nadie es capaz de explicarle. Las novelas y las películas son plenamente actos de incitación, de fuga, gestos que resuenan como afirmaciones desesperadas; en Placeres Desconocidos no existe nada de esto, no hay afirmación, no hay desafío. La espera, apenas angustiosa, de lo que se desprende de esos gestos desinteresados: un polvo, una bronca, una ruptura.

La dirección de Jia Zhangke incide con diferencia en el sentimiento errante y de confusa libertad del film. Los largos planos secuencia con cámara digital dan a la intriga una fluidez, y un aspecto delicado de indeterminación, de suspenso imperceptible, que un guión clásico no lograría del mismo modo. No es la potencialidad de los actos, ni su violencia valorada por la movilidad de la cámara, por su capacidad de acercarse o alejarse del sujeto; es su inscripción hipotética en el entorno. La distancia elegida por el cineasta es, según el momento, la de la incertidumbre o la de los encierros. Evitando ese tic contemporáneo de la proximidad en demasía, como piruetas insignificantes, Jia Zhangke impone una maleabilidad del espacio que permite la experiencia cotidiana de sus héroes.

Ahí se encuentra precisamente la ambigüedad del film, o más bien del modo en el que puede considerarse. Puesto que la realidad en presencia de la que nos hallamos aquí, nunca es la propuesta por el director. Hacemos como que la olvidamos, consideramos esta realidad como dada de antemano; pero estos jóvenes errantes, sin fin ni modelos, son en primer lugar el fruto de una mirada singular que, bajo la apariencia de dejarles luchar contra su propia vida, establece conexiones, plantea explicaciones, permite comprender. Aunque Placeres Desconocidos parece atrapar el espíritu del tiempo, no escapa a la tentación de un moralismo convencional. Poner en relación el sexo, el alcohol, el desempleo y organizar alrededor una vida sin porvenir es hacer algo más que observar las mutaciones contemporáneas; es darles un sentido, encontrarles una lógica, establecer con cierta elasticidad relaciones causales manifiestas. Y si la muy brillante utilización de la cámara digital contribuye favorablemente en la creación de un efecto de realidad, también contribuye a la ambigüedad del propósito.


Autor: Vicent Amiel

Publicación: Revista Positif nº 503 Enero 2003

Traducción del francés: Esmeralda Barriendos


 

ZINEMA.COM