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La enternidad y un día

Año 1998
País Grecia-Francia-Italia
Estreno 24-03-2000
Género Drama
Duración 127 m.
ZINEMA.COM T. original Mia eoniotita ke mia mera
  Dirección Theo Angelopoulos
  Intérpretes Bruno Ganz (Alexander)
  Isabelle Renauld (Anna)
  Achileas Skevis (Niño)
  Despina Bebedeli (Madre)
  Iris Chatziantoniou (Hija)
   Guión Theo Angelopoulos
     Tonino Guerra
     Petros Markaris
     Giorgio Silvagni
Fotografía Yorgos Arvanitis
Andreas Sinagos
Música Eleni Karaindrou
Montaje Yannis Tsitsopoulos
Sinopsis
Es domingo y cae una lluvia oscura sobre Salónica. Alexander es un gran escritor que se prepara para abandonar la casa junto al mar que ha sido siempre su hogar. Encuentra una carta de su mujer, Anna, en la que habla de un día de verano de hace unos treinta años. Esto provoca que Alexander se embarque en un extraño viaje en el que el pasado y el presente se entremezclan. Mientras va persiguiendo las palabras quiméricas de sus novelas, repasa los momentos de placer de su vida. Momentos que quiere recuperar por un día... por toda la eternidad.
    
Referencias
  • Película número once en la filmografía de Theo Angelopoulos, cuyo anterior trabajo fue La mirada de Ulisses.
     
  • Consiguió la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes 1998.
     
  • Está interpretada por Bruno Ganz (El cielo sobre Berlín) y Fabrizio Bentivoglio (próximamente en La Balia).
     
  • Se presentó dentro de la Sección Zabaltegi del Festival de Cine de San Sebastián 1998.
     
  • El personaje principal estaba escrito para Gian Maria Volonté, que falleció mientras Angelopoulous dirigía La mirada de Ulisses. Después se pensó en Marcelo Mastroinianni, que también falleció y, finalmente, se optó por Bruno Ganz.
Crítica
Además de una reflexión sobre el propio medio cinematográfico, la última película de Theo Angelopoulos es un ensayo alegórico sobre el devenir europeo del fin de siglo. El hermoso título de la película hace referencia al protagonista, un escritor al que tan sólo le resta un día de vida para transitar a la vida eterna. Un hombre, Alexander, que no tiene futuro y que, por tal motivo, no le queda otro remedio que refugiarse en el pasado, su más preciada posesión en esos instantes. Un pasado que se retrotrae hasta su infancia y a la casa junto a la playa en la que convivió con su mujer. Fascinantes momentos en los que la vida transcurría placenteramente y que se van intercalando a lo largo del metraje. La tierra, el mar y el aire son su principal telón de fondo y, como si de estratos se tratase, perfilan en la pantalla un horizonte a tres bandas que se va transformando a medida que transcurre el tiempo.

Pero ese último día, a pesar de todo, conocerá a un niño albanés que limpia los cristales de los coches en los semáforos. Un niño que le abrirá los ojos a un presente atroz y un futuro poco esperanzador para un continente que está resquebrajado en lo más profundo de su ser. La ilusión se ha perdido en un lugar en el que los niños son vendidos de estraperlo y donde aún hay siniestras fronteras como la que Angelopoulos muestra gracias una excepcional planificación de la puesta en escena. Los planos secuencia, lejos de ser un ejercicio de virtuosismo cinematográfico, se justifican más como un intento de integrar al espectador en las imágenes, hacerle partícipe de de un universo del que ya forma parte.

La película padece un ligero distanciamiento respecto al conjunto con la historia del poeta del siglo XIX que paga por las palabras que utiliza en sus poesías y que llega a surgir como una aparición espectral. No sólo resulta forzada sino que es evidente que su inclusión tiene un marcado carácter de parábola, lo que provoca que el cuidado discurso mantenido hasta ese momento se convierta en una especie de mensaje casi panfletario.

Unicamente al final la película recupera el ritmo narrativo inicial con las escena que transcurre en un autobús al que sube una pareja, un grupo de jóvenes y un muchacho que acaba de dejar una manifestación y que se queda dormido en el asiento con una bandera roja en la mano, clara referencia crítica al estado de letargo por el que atraviesa la izquierda europea. Una Europa que, al igual que el protagonista (un estupendo Bruno Ganz, por cierto), tampoco parece tener un futuro demasiado claro ni esperanzador.

N.A.