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MADRID Y SU COLMENA

Siendo, como es, TIOVIVO C.1950 un compendio exhaustivo de las características más representativas que definen el inalienable hacer cinematográfico de José Luis Garci, esta última obra del popular director madrileño permite apreciar un sensible giro estructural con el que logra salir del atolladero creativo al que lo había conducido la sonrojante moribundia virtuosa que arcaizaba la ya muy vetusta e iterativa HISTORIA DE UN BESO, inenarrable, caduco e improductivo retorno a la geografía ya saboreada en la impecable YOU ARE THE ONE. El autor de EL ABUELO evita el herrumbroso academicismo cartonpedante de aquel cuentecillo con arrumaco labial protagonizado por Alfredo Landa y Ana Fernández, y opta por un relato diametralmente opuesto en sus planteamientos de partida.

Garci asume en TIOVIVO C.1950 el reto de la coralidad, de la profusión de personajes cuyas historias contemplamos ya empezadas, y a los que al final despediremos abandonados a la inercia de un conflicto inconcluso, abierto o sin resolver. El realizador reclama del espectador la mirada extendida y escrutadora de quien se detuviera en un parque de atracciones a observar los rostros de las personas que participan de dicho entretenimiento. En el film, vemos a decenas de semblantes galopando a lomos de su pequeña peripecia en un carrusel que no se detiene con la aparición de los postreros títulos de crédito. Al realizador no le interesa el desarrollo de una historia de corte clásico; se muestra más concernido por el pequeño retrato, por el detalle puntual, por la simultaneidad de muchas acciones entrecruzadas sobre las que expande una serena contemplación no exenta, a la vez, ni de amargura ni de consuelo, ni de desengaños ni de aliento.

Un Madrid que para uno es Nueva York, para otros es Caracas, y del que la propietaria de un café dirá que es Moscú se antoja la pasarela ideal para este desfile de escuetas semblanzas reconocibles: banqueros, prostitutas de lujo, pillos, poetas, tertulianos, beatas, taquilleras de cine, estraperlistas, politicuchos, curas, camareros, directores de cine, profesores de baile y mecanografía, botones, fregonas, mecánicos y porteros van entrelazando la luminosidad o la grisura de su rutina en esta evocativa madeja sentimental, colmada de resplandores volantineros y opacidades a medio sucumbir. Garci descubre una capital casi de catacumba, secreta, de puestas hacia dentro. No vemos el Madrid oficial de los grandes estrenos de la Gran Vía, de los partidos de fútbol en el Santiago Bernabeu, o de las tardes de gloria bravía con orejas y rabo en Las Ventas. Esto ni es el NODO, ni el HOLA, ni el parte. El catalogo de microcosmos que atendemos es de interiores: un banco, una pensión, un café, el despacho de un representante, una sala de fiestas, una coctelería, una estación de metro, un taller de coches, el hall de un hotel, una academia de baile, etc. Hay poca salida al exterior. Las coordenadas intencionales desde las que se parte no apuntan a la persecución, al seguimiento acosador de ningún personaje, sino a la captación en movimiento, relevada, escrupulosamente puntual. La cámara no los busca; los va encontrando a cada uno de ellos cercado por las lindes angostas y suturadas del espacio por el que pululan sus cotidianeidades. Ese que, por otra parte, les permite, mediante la palabra, mostrarse con toda urgencia.

Vista en su totalidad, hay que reconocer que Garci sale más que airoso en su empeño por sacar adelante esta suerte de exposición retroproyectiva, memoriosa, global, hormigueante, afectiva, de toda una generación a cuya dignidad él presta sus planos. No obstante, un enfoque más detallado advierte muy pronto ciertas debilidades, ciertos desajustes casi inherentes a la opción no lineal, ni monoargumental adoptada. La difícil exigencia de la dispersión, de la abundancia de puntos de vista condena casi por obligación a una lastrante, evidente irregularidad, propiciada por el muy desigual interés que van patentizando las profusas, variadísimas subtramas. La película alcanza cotas realmente excelentes cuando se centra en cuatro magníficas historias: la que enuncia la elegante y corrosiva andadura por la capital de un director argentino y su estrella amante (sobresalientes, deliciosos Tenuta y Solá) para conseguir financiación para un nuevo proyecto cinematográfico; la inconmensurablemente surrealista y mordaz del alto cargo político, en torno al cual se organiza una descacharrante (y quizás un poco alargada en la faena) corrida de toros, nada más y nada menos que en el Florida Park de El Retiro madrileño; la divertida y tierna peripecia de los empleados de un banco empeñados (entrañables Roelas, Varela, Villén, Galiana y Zarzo) en hacer pasar a un acomplejado botones por director del mismo, ante la inesperada visita de unos familiares de su pueblo que así lo creen; y la ensoñadora y musical que acontece dentro de una academia de baile, cuyos propietarios (matizada y sensible Mapi Sagaseta) se ven obligados a aceptar proposiciones y encargos bastante rocambolescos para poder ir sobreviviendo. Hay magníficos apuntes humorísticos en la reparación de un automóvil por teléfono; en la mano censora del banquero que exige un cambio de título del film al que se propone producir (CIELO ROJO pasa a ser PECADO ROJO), así como un nuevo final en el que los personajes principales "mueran no muy abrazados"; o en la pesada broma que le es gastada por teléfono a un camarero del café que sueña con ser actor de cine. Volvemos a disfrutar de la particular y refinada destreza visual de la que Garci hace gala desde CANCIÓN DE CUNA en detalles como el travelling hacia atrás sobre la espalda del adinerado cliente del café que interpreta Fernando Delgado, mientras escribe una apasionada misiva; o en el fundido de los pasos de baile del profesor de baile de la academia "Swing" sobre el particular y concentradísimo matador de toros (magistral Antonio Dechent). Pero, junto a éstas, hay verdaderos naufragios tan desafortunados como el folletinesco tratamiento dado al devenir del personaje que incorpora Elsa Pataki (tan fotonovelera es la relación con su novio, como demasiado explícita y precipitada la resolución en plan lesbo); la vergonzosa performance stripper con la que su mujer obsequia al banquero; la digna de poda perorata mariano-portuguesa de Alfredo Landa a la vieja beata; el forzadísimo dramatismo que se pretende con la taquillera de cine; la tópica relación amorosa de Larrañaga con una de las coristas; o la mala pata romántica que asesina al poeta Miramón. Hay momentos verdaderamente ralentizadores que parecen más concebidos para la inclusión de un determinado actor en el impresionante reparto, que reclamados por necesidades internas del argumento. Duele ver convocados a tan enclenque menester a eminentes rostros como el de Fernán Gómez, González o Pou.

En definitiva, TIOVIVO C.1950, pese a los altibajos reseñados, se resuelve de forma bastante satisfactoria, y nos devuelve a un cineasta que, por trayectoria, merece al menos la oportunidad de un acercamiento libre de prejuicios empobrecedores, trillados e injustos. El tan cacareado spanish-freaky masturbationing cinema y sus voceros harían muy bien en echarle una miradita, por ejemplo, a la secuencia final de la película que ahora nos ocupa (la del baile en la academia mientras suena el clásico "Cheek to cheek") para saber lo que es tener un poco de estilo a la hora de mover la cámara; o en apreciar cada uno de los gestos con los que borda su estremecedora interpretación, un recuperado y genial Andrés Pajares para intentar valorar la importancia de una ajustada dirección de actores.

(***) Recomendada a todos aquellos que saben que existe cine español al margen de Santiago Segura y adyacentes. Y a todos los que adoren las cajitas de galletas surtidas.

Celso Hoyo Arce