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INTRAMUROS

Hunde el cine español en la realidad más lacerante su mirada con esta necesaria, nítida y esforzada HORAS DE LUZ, que nos ofrece el retorno a la dirección del creador de una de las mejores (y más injustamente desapercibidas) películas que nuestra cinematografía ofreció en la pasada década de los años ochenta, LA GUERRA DE LOS LOCOS. Manuel Matjí, para quien no lo sepa, excelente guionista, entre otras, de LOS SANTOS INOCENTES y EL SUEÑO DEL MONO LOCO, parte de un horrendo episodio de la reciente historia carcelaria nacional para efectuar un áspero, preciso y nada complaciente seguimiento del hondo proceso de redención personal que experimenta un execrable asesino condenado a pasar toda su vida en prisión.

Juan José Garfia comienza a forjar su andadura criminal una noche de septiembre de 1987, cuando tras un encuentro fortuito con la policía, acabó de forma inexplicable con la vida de tres personas. En su huida, a la mañana siguiente, no duda en rematar a bocajarro a otro guardia civil después de dejarlo malherido en un tiroteo. Toda esta funesta andadura lo condujo a hacer frente a una sentencia judicial condenatoria de cien años de cárcel, que se vio agravada por una fuga (durante un traslado rajó el suelo metálico del vehículo que lo transportaba) en el año 1991. Su retorno a prisión lo termina de configurar como un individuo indomable, duro y conflictivo, que no duda en alimentar varios motines hasta que, finalmente, es trasladado al centro penitenciario del Dueso, donde es incluido en el vejatorio grupo de los FIES (fichero de internos de especial seguimiento): minoritario colectivo de presos que era sometido a un severísimo e inflexible sistema de aislamiento dentro del penal. Aquí, su vida entra en contacto con Marimar, una enfermera que trabaja en el centro y que le cambiará por completo su existencia: hoy forman un matrimonio muy especial; su hogar lo configura la propia sala vis a vis de la penitenciaria a la que ella acude todos los meses para poder estar con él, porque, sin ni siquiera habérsele concedido un solo permiso, aún sigue cumpliendo su condena.

Matjí embiste con delicado rigor la adaptación fílmica de esta verídica e improbable relación amorosa, que lleva implícita la difícil tarea de exhibir sin alborotos, sin concesiones melodramáticas la contundencia, el padecimiento, el trance existencial que conlleva la aparición del remordimiento en un individuo al que el roce con la oportunidad de redención que le tiende la vida, le propina la ocasión de iniciar el itinerario doloso, impedido, que le conduce desde la bestialidad y desde lo abominable hacia el milagro del arrepentimiento y el hallazgo afectivo. HORAS DE LUZ expone inflexible el lance alumbrador de un monstruo que encuentra su alma. El director profiere un minucioso e inclemente retrato del atroz devenir cotidiano que acosa la miserable y machacada existencia del homicida protagonista entre rejas. Toma partido del dolor impotente y furibundo al que lo aboca el atroz ensañamiento que se le inflige y que lo perpetúa como una alimaña insensible, impenetrable, rebelde, acorralada por la soledad destemplada que respira dentro de las paredes del frío calabozo. Matjí asume con pericia estoica el aparente hermetismo implacable que desprende su protagonista y despliega un ejercicio adusto y observador, muy atento a los gestos, a los pequeños detalles (la cámara de vigilancia, las gafas, las cartas, la sierrecita, los barrotes, la ventana sin cristal de la celda), a la descripción sencilla –y, por ello, muy eficaz- de distintas acciones (el uso de los hilos en la preparación de la fuga, el episodio de la radiografía, el intento de beber agua esposado), que se demuestra muy ventajoso y adecuado sobre todo para la imbricación, dentro de la historia carcelaria, de la conocida relación amorosa. La ausencia prácticamente total de subrayados, el esfuerzo, ya desde la escritura, de no abandonar más que mínimamente el punto de vista del preso (Marimar está mucho menos descrita: la iremos conociendo en función de las decisiones que deberá tomar a partir de su callado envite sentimental), la apuesta decidida del director y sus guionistas de esquivar por completo cualquier intento de explicación del origen de esa mutua correspondencia del todo inconcebible (se deja bien claro siempre qué clase de persona es Garfia: Matji, aunque de un modo atropellado y confuso –lo peor del film- hace arrancar la historia con los espantosos, inexplicables crímenes) obligan a irla haciendo aparecer mediante acechados silencios, sin cuestionamientos ni redundancias, con cruces y soslayos de distintas miradas que confluyen en una escena absolutamente conmovedora como es la del primer masaje: la ausencia de música posibilita que escuchemos de forma harto sugerente el sonido pastoso, limpio y reparador del friegue; se masca el pudor en el movimiento sigiloso del plano acercándose a los dedos de ella frotando la espalda del encarcelado. Sin más aspavientos, el espectador conoce esa atracción recíproca de la misma forma, en el mismo instante aliviador en el que ambos se lo están reafirmando el uno al otro. Los barrotes de la celda, la presencia obligada y perversa del vigilante otorgan, además, un valor añadido, premonitorio de lo que va a ser el reverso impío, cotidiano, asumido e irrefutable de toda su posterior historia recluida.

Junto con algún defecto ya mencionado (los pasajes imprecisos que son narrados al principio, a partir de la concisa, áspera, primera escena nocturna –con ella hubiera bastado; sobran las fugas, las correrías, persecuciones y detenciones posteriores- hasta el motín en el que aparece el pesonaje que interpreta Jose Angel Egido), y otros detalles no muy bien solucionados (las poco cuidadas apariciones de la madre de él, la insatisfactoria, esquemática reunión de los responsables del centro de Picassent, el personaje del joven guardia desconfiado, que provoca su pelea con Morata) Matjí da, sin embargo, toda una lección de eficacia realizativa, fundamentada en la austeridad, en la precisión, y en la claridad expositiva bien administrada (no exenta de un magnífico uso de la elipsis: la aparición final de Chester, las voces sin rostro de los presos, la boda) que demuestran el tacto no mostrador que mantiene en todas las escenas violentas, la variedad planificatoria con la que resuelve las múltiples escenas desarrolladas dentro del calabozo; la brillantez en apuntes tan significativos como el hecho de visualizar de forma distinta las mismas muertes del principio en los flash-back del momento posterior en el que aparecen los cargos de conciencia y el arrepentimiento del protagonista: sí tienen rostro ahora tanto el hombre que asesina cuando intenta arrebatarle la escopeta como el implorante guardia civil malherido junto a la moto antes de ser rematado; y, sobre todo, en la estremecedora escena final en la que Marimar lo anima a no desfallecer: hacía mucho tiempo que el cine español no ofrecía un plano contraplano tan dramáticamente ajustado e intenso.

Todos sabemos a quien, con todo merecimiento, le van a caer todos los premios de interpretación masculina que tanto la industria, los festivales, los medios de comunicación y demás asociaciones del sector conceden anualmente. Sería, no obstante, muy injusto que la esforzada labor interpretativa (tan alejada, por otro lado, de la más cómica a la que nos tiene acostumbrados) del portentoso aquí Alberto San Juan no fuera recompensada como debe: rezuma vigor, asco y complejidad la comprensión apaleada, indómita, contrita desde la que se acerca a su esencial personaje. Emma Suárez, a la que Matjí ya regaló la protagonista de su guión para la infravalorada y valiente LA BLANCA PALOMA, está sublime, madura y sabia en un difícil papel que tiene que ser construido a través de sus gestos bien medidos, de su trabajo controlado, pues se ofrecen muy pocos datos (lo tiene más fácil, por ejemplo, el aspecto religioso que ayudaba a comprender los motivos de la monja que Susan Sarandon recreaba excelentemente en la impresionante PENA DE MUERTE) de esa mujer valerosa, curtida, templada y buena que borda con talento casi imperceptible. El Goya a la mejor actriz española de este año recibirá la mirada de sus ojos luminosos y combativos cuando sus manos lo recojan.

(***)Recomendado a todos aquellos que se posaron en Emma ya desde los tiempos de MEMORIAS DE LETICIA VALLE

Celso Hoyo Arce