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RECLUTA CON DAKOTA

Autor de basura tan famosa como TOP GUN, DÍAS DE TRUENO, SUPERDETECTIVE EN HOLLYWOOD 2, EL ÚLTIMO BOY SCOUT, EL FANÁTICO, o ENEMIGO PÚBLICO, he de reconocer que soy de los que piensan que lo peor del muy irregular Ridley Scott no es GLADIATOR o LA TENIENTE O´NEILL, sino su chache Antonio, esto es, el vergonzoso cineasta Tony Scott, un tipo al que sin duda le gusta mucho aquello de marear la perdiz, o más bien convertirla en hipertensa acelerada. El Scott más malo, este Tony, es el auténtico paradigma del extendidísimo hoy en día modo de concebir el cine, según el cual el espectador debe ser bombardeado en la butaca con una brutal embestida de imágenes vertiginosamente montadas una detrás de otra. Cine influenciado por la estética publicitaria (para mí que a todos estos Papá Noel debió de regalarles a los cinco añetes la sin par y abobinable NUEVE SEMANAS Y MEDIA) tanto como por la del ultramodernovideo-clip, presenta siempre un acabado nervioso, cimbreante, desenfocado y frenético que evita por principios tanto el estatismo del encuadre como el reposo de la imagen enfocada. Para éstos (los mentados Scott y Lyne, Fincher, Kassovitz, Boyle, etc.) un sencillo salto del eje de la cámara es montárselo a lo "dragontea nu ma, nu ma , nu ma iei", y un plano contraplano lo mismo que la coctelera del Chicote empleándose a fondo con un Gin Fizz bien batidito.

Pese a ello, no toda la filmografía de Tony Scott es digna de náusea postlitrona garrafera. Conviene destacar la solidez de decorosos artefactos comerciales como MAREA ROJA y SPY GAME; la no del todo maltratada materialización fílmica que llevó a cabo de un estimulante guión que le pasó un generoso e inspirado Quentin Tarantino, AMOR A QUEMARROPA; y el clima malsano, obsesivo y pasional que supo agitar en la que era hasta hoy su mejor obra REVENGE. Con ésta última, precisamente, tiene algún que otro punto en común EL FUEGO DE LA VENGANZA, durísimo fresco del hampa instalada en México D.F. en el que un oscuro y destruido agente de la CIA no encuentra el modo de reprimir el impulso de tomarse la justicia por su mano tras verse envuelto en unos dramáticos acontecimientos que no puede impedir, y sobre los que decide un aniquilador ajuste de cuentas. De la mano de un impecable guión del excelente Brian Helgeland (autor de joyas como L.A. CONFIDENTIAL, o MYSTIC RIVER), Scott, contra todo pronóstico, logra un film cruel, envenenado de corrupción negrísima, inmisericorde y fatalista, al que en muchos momentos su movediza estética visual y narrativa lo beneficia con notabilidad. Eso sí, mucho menos en la reposada y descriptiva primera parte (la disección de su protagonista es primorosa) que en la apocalípticamente resentida y fatal segunda.

John Creasy (Denzel Washington), un retirado miembro del ejército, se nos presenta como un individuo acabado, resquebrajado por los numerosos cargos de conciencia que su pasado no deja de devolverle ("¿Crees que Dios nos perdonará alguna vez lo que hemos hecho?). Consume continuadas y abundantes dosis de alcohol con desesperanza; intenta consolarse leyendo la Biblia (en un cruce con una monja, ésta le pregunta si ve la mano de Dios en todo lo que hace; a lo que él responde que hace tiempo que no: "Soy el cordero que se perdió, madre".); las muy visibles cicatrices que afean su mano, lo sancionan como un juguete roto remordido por las atrocidades cometidas ("estoy harto de matar"), en avanzado estadio de presuicicdio. Decidirá, de hecho, quitarse la vida, pero la bala con la que intenta descerrajarse las sienes se atasca en el último momento. Su amigo Rayburn (un sorprendentemente sensible Christopher Walter, que rogó a Scott no desempeñar en esta ocasión el papel de villano), la persona que le busca trabajo como guardaespaldas de la pequeña hija única de un adinerado matrimonio, asustado ante la multitud de secuestros cometidos en la gran urbe mejicana, cuando Creasy le confiesa la fallida tentativa de punto final, le dirá que tome este hecho como un especie de señal, porque "una bala siempre cuenta la verdad".

La relación con la niña abre el relato por la línea del consabido camino de la típica regeneración con impúber: el demonio abandona los infiernos guiado por un querubín. No obstante, el sinuoso guión apunta determinadas vicisitudes que enrarecen (gravita siempre la contundencia del ejemplar, somero e impactante prólogo), menoscaban con fortuna una posible caída en un adverso sentimentalismo: la perspicacia de la niña ("A Pita le gusta el cole. Le encantaría el conde Drácula si le llevará hasta allí.") manifestada en la capacidad que tiene para tomar conciencia de la problemática que presiente en el guardaespaldas ("Es un gran oso triste", dirá de él. Le regalará, guardada en un pequeño oso, una medalla de San Judas, porque "es el patrón de las causas perdidas" ), como de la que atañe a su propia supervivencia (sabe que ha habido 24 secuestros en la capital durante los últimos seis días); la agresividad que él manifiesta en un primer momento ("No me pagan para que sea tu amigo"), o los magníficos momentos que describen el proceso de mejora en los entrenamientos de natación, centrados en trabajar la instantánea, pero infranqueable paralización que le produce el sonido del disparo de salida en la competición: La hace autoafirmarse en el efecto salvador de la descarga ("Estoy prisionera hasta que el disparo me libere"). Mucho más que meritoria es también la inusual química que se crea entre los dos actores protagonistas: la severa agresividad con la que un imponente Denzel Washington matiza, alimenta su contradictorio personaje encuentra una amabilísima respuesta en el rostro iluminado de la inolvidable Dakota Fanning. Scott permite que el duelo, el enfrentamiento, la fricción conflictiva y entusiasta entre ambos se adueñe por completo de la narración para que luego se haga más dolorosamente patente la desgarradora desaparición de Pita: quizás sea la escena de su secuestro la más interesante (los graciosos eructos de la niña dan paso a un inquietante silencio en la calle; el disparo de él para que ella huya –que remite a todo el episodio deportivo antes mentado-) de toda la película. El nerviosismo estilístico inherente al realizador resuelve con virtuosismo la crucial escena, que marcará un giro narrativo de ciento ochenta grados, sanguinarío, retorcido, casi sádico.

Una brillante idea de guión es la de hacer coincidir el desenlace del secuestro con la inconsciente convalecencia del abatido guardaespaldas. La vorágine vengadora a la que asistimos luego, además de estar movida por el impulso firme y calculador del propio Creasy, será también un mandato materno. Scott da, en esta segunda parte, rienda suelta y despeñada a sus más bajos y harrysucios instintos cinematográficos, y a puntito está de dar al traste con todas las bondades alardeadas hasta ese momento. Por fortuna, el producto final no deviene en una enésima revisitación charlesbronsoniana o stallonina del thriller, de muy bush-oso gusto. La mano escritora de Helgeland no desenfunda tan rápido como le gustaría a su superior (ahí están los modos de resolver los finales de los personajes que interpretan Rourke y Anthony), y efectúa una curiosa operación que lo remite mucho más una jugosa actualización de los rasgos del estilo de Sergio Leone: la soledad sarcástica e inclemente con la que Creasy ejecuta a cada una de sus víctimas, el traslado a Méjico de la acción del original literario, o el desenlace en el desierto así lo podrían atestiguar. EL FUEGO DE LA VENGANZA concluye dejando un buen sabor de boca, que no permite, sin embargo, dejar de hacer pensar lo que habría hecho el maestro Eastwood (la sombra de la inmejorable UN MUNDO PERFECTO planea por el tramo final) con los magníficos mimbres hilvanados por el guionista de su última obra maestra. Desde luego, filmar vulgaridades grandilocuentes, desquiciadas y gratuitas como la penosa conclusión de la escena en la discoteca, no creo. Y es que Clint sólo hay uno; Scott, que se sepa, dos. Y Tonys, muchos varios.

(***)Recomendada a todos los que disfrutan del lado oscuro de Denzel.

Celso Hoyo Arce