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CHUCHICOMEDIA

Convengamos en que, pese a las abundantes ocasiones en la que figura la palabra "comedia" como definición del género al que se vincula un determinado producto en su española ficha técnica, la mayoría de los títulos agregados a tan apetecible catalogación no tienen la más mínima gracia. La presente temporada, sin ir más lejos, resulta un fecundo paradigma de esta cabreante dolencia definida como mal de la mueca abortada, tormento del desternille interruptus, síndrome del ingenio perdido, virus "ande yo torrente, ríase la gente", o calvario del huevero gallumbo landiano. Productos con ibérica denominación de origen mala pata negrísima, cosecha 2004, son perecederos del tipo TORAPIA, EL CHOCOLATE DEL LORO, EL AÑO DE LA GARRAPATA, UNA DE ZOMBIES, ESCUELA DE SEDUCCIÓN, FRANKY BANDERAS e ISI DISI. Habríamos de encomendarnos al sofisticado planteamiento formal de TORREMOLINOS 73, a la sorpresa deslenguada de HAZ CONMIGO LO QUE QUIERAS, a la divertidísima desinhibición de CACHORRO, a la modesta efectividad de la trepidante DOS TIPOS DUROS, o a los primeros setenta minutos de la mucho más reciente CRIMEN FERPECTO para saborear algún ramalazo no nocivo de saludable divertimento, que, desde luego, no cataremos si nos amorramos a la muy cojonuda, cojonera, empalmada, y execrable XXL que abulta en nuestras carteleras actuales, o si orientamos nuestros proclives ánimos a esta nefanda, pachucha, descoyuntada y omitible DI QUE SÍ, que, sintiéndolo mucho, nos ha de ocupar ahora unos cariacontecidos renglones.

Resulta muy difícil reconocer al premiadísimo director del magnífico corto HOTEL OASIS, el joven tudelano Juan Calvo, en esta astracanada deslucida y equivocada ante la que sucumbe su publicitado estreno en el terreno del largometraje. No se puede atesorar la mínima entidad exigible para la solvencia de un proyecto como éste, cimentándolo, únicamente, sobre la base de la premisa, cuanto menos volátil, de la elaboración de una parodia sobre la basura televisiva que inmola nuestra sociedad por vía defeco-catódica, obviando de forma clamorosa y deshonesta el insoslayable precepto de una férrea, calculada escritura tanto de la historia como de los personajes, a partir de la cual el encadenado de situaciones y acontecimientos parezca, sólo parezca, adquirir ritmo ellos solos. No es éste el caso. Aquí, cual si de un gin caspa fizz se tratara, con aderezo de celtibérica sal gorda, genuflexionando la supuesta modernidad de la propuesta al ser requeridos, de una parte, el adocenado recurso de airear un bikini por aquí y destapar unos calzones por allá, y, de otra, la manida citación de un salido por babor y de una cama por favor, Calvo parece postularse como aspirante aventajado al grupo de eminentes que se aporrea los pómulos con quien haga falta (con Segura, con Bonilla, con Sánchez Valdés, con Serrano...) por ser él el proclamado heredero universal de la indeshauciada, genuina, cornuda, ramona, pechugona y estesona comedia Ozores setentera.

Le viene muy grande al novel realizador la destarifada peripecia de sus dos emborronados protagonistas. Se nota que con ellos pretende actualizar de alguna manera el modelo de comedia romántica hollywoodiense de los años cincuenta (debieran ser citados aquí algunos de los inolvidables títulos a él adscritos, pero las teclas de mi ordenador crepitarían cual injuriadas palomitas infernales, y ya tengo bastante con los virus que hacen de Happo Marx en mi disco duro). Pero no se advierte en ningún momento esfuerzo alguno por tratar con seriedad un punto de partida, el tratamiento paródico-cómico, que tanto necesita de ella. La credibilidad intrínseca que toda narración debe configurar, en DÍ QUE SÍ fenece a la conclusión de las excelentes animaciones que aparecen en los títulos de crédito iniciales. Todo lo que chorrea después es puro desbaratamiento consabido, mal rodado, sin fuelle. No hay originalidad ni gracejo alguno en una farsa que no deja de hacer vulgares y cerriles aspavientos en mostrarse como tal. El grotesco atolondramiento de una (siempre esforzada en vano) Paz Vega improvisando en la escuela de teatro, la masacrante configuración física del apocado acomodador que incorpora con escasa fortuna un decepcionante Santi Millán (¡Qué distinto se muestra en la a años luz irreverente serie televisiva SIETE VIDAS! ¿Será que su papel allí lo miman verdaderos guionistas y no escribidores sosainas y montaraces como los que aquí hacen desangelada y calamitosa caligrafía propia de culebronistas de serie Z?), la sonrojante aparición -¡ese cambio de carpetas!- del desperdicio de caricatura "terminatorofila" al que pone rostro (no se puede poner otra cosa que no sea una soga en el cuello de la fervorosa mente schwarzeneggeriana que lo haya parido con tan poca conciencia) Pepe Viyuela, o la imaginable catadura del genitalmente caldeado tipejo que incorpora un hartante y agotado, como actor, Santiago Segura son algunas de las chapuzas que salpican los primeros cinco minutos de metraje.

Lo peor, con todo, es que el resto no contribuye a que el nivel remonte un cierto vuelo. La secuencia de la participación en el concurso es demencial, desventurada, virtuosa como un callo: Calvo no muestra ningún talento en la elaboración de posibles gags animadores del televisivo cotarro. Desperdicia, por su empecinamiento en el tópico, en lo palmario, momentos como la aparición de "Corazoncito", la torpeza de la urgente pareja en algunas pruebas, o la presencia en el plató de la madre. Toda la estancia en el hotel nos remite al más patán referente cinematográfico posible: el de la comedia playista y soleada, ese manufacturado hace treinta años por los Masó, Lazaga, Fernández y compañía con poco vestuario, mucha patilla, mucho pelo en pecho, y mucho más calentón destapista prosueco: las desavenencias, las discordias en la habitación están más vistas que el barco del que no movieron a Chanquete hasta que la palmó. Durante la denominada "noche oriental", se construye una situación que busca la carcajada del espectador; valga la descripción de ésta como botón de muestra del ingenio y la estilizada sutilidad que atesora el peliculón. Víctor siente cierta repulsión al no saber qué es lo que le han puesto para cenar. Estrella, graciosísima ella, le contesta que lo que está masticando es "chuchi". Obsérvese el hallazgo verbal; el sushi, gracias a una rebuscada desviación chuminera que, mediante palatización andalusí, cruza el término nipón con el chocho castellano, provoca hilaridad auténtica, desbordante, de la de partirse el higo ya partido o los huevos sin cascar. Todo el pasaje hotelero semeja un encubierto spot publicitario del complejo turístico Marina D´Or por el que, al estilo de lo que se hace con la leche, los zumos, las galletas, las mermeladas, las cremas de avellana y los aceites en las escenas de desayuno de la mayoría de series televisivas españolas, se cuelan de rondón propagandísticas menciones a la Coca Cola, a los supermercados Plus y a los vinos de la Riga Medievo. Sólo merece el calificativo de salvable la escena en la que Estrella se burla de Víctor, cuando éste pretende trazar una línea divisoria en la habitación que ambos deben respetar. Nada del otro mundo, pero se logra un espacio muy bien aprovechado por Vega para su lucimiento. Éste permite un efímero sosiego chispeante, que se encarga de dinamitar muy pronto un encadenado de bochornazos aniquilables como la equivocada irrupción del equipo televisivo en una habitación distinta a la pretendida, la metáfora casi esotérica de la excitación de Victor, que "apenas" se esboza con el, "en exceso", "rebuscado" empalme de la alita del tiburón hinchable que él está inflando, mientras Estrella se ducha; o como la calamitosa, necia, desmañada y atropellada sucesión de burdas persecuciones amontonadas al final de la infausta función. Que a estas alturas de la era Zapatero, se nos pretenda hacer gastar carcajadas viendo como luce, con estampación cardiaca, Santiago Segura los desempolvados calzones franquistas de Alfredo Landa tiene mucho delito. No he visto aún la controvertida HAY MOTIVO, ese conjunto de cortometrajes que, con todo ídem, crearon un buen número de directores españoles para intentar alumbrar cinematográficamente alguna de las sombras del nefando aznarismo final. Pero ¿Tuvo alguno de todos ellos celuloides pelotas para, en él, denunciar el pestilente retorno, durante el mandato del bigotes, a la estética facha, machista, moralizante, (e imagino que tan de su gusto) conservadora de la mayoría del cine comercial que se hacía en la década de los setenta, en la que están incurriendo, muy comoditos ellos, algunos popes y muchos recentales, joveznos creadores del audiovisual hispano de la actualidad? ¿Será porque es más fácil montarle un pitote a Pilar del Castillo en lo de los Goya que renunciar a todo el porrón de euros que están ganando unos cuantos, reivindicando, mimetizando sin mala conciencia, con rechufla y alevosía la caspa derechonera y cutre de los patrones narrativos auspiciados por el formalismo de reprimidos y tías buenas teorizado por el fino ensayista Ozores en los años sesenta y setenta? ¿Será porque muchos de los que se están aprovechando, mediante propuestas de estercolera calidad cinematográfica, del analfabetismo de la primera generación de pipiolos del siglo XXI, que como asignatura optativa extraescolar han elegido tres o cuatro horas de telebasura diaria incontestada, protegida, cultivada por el poder cultural dependiente del gobierno del suegro de Alejandro Agaj, figuran en la lista de realizadores que firman el documental? Di que sí; que para que lo que parece que no hay motivo es para la autocrítica, para la autoexigencia.

(*) Recomendada para todos los que crean que LOS BINGUEROS introduce el "toque" Lubistch en la tradición cinematográfica española.

Celso Hoyo Arce