| películas | crónica | festivales | premios | textos |

EL PENALTI A LAS GRADAS

Era de esperar que la sombra del inimaginable éxito cosechado el año pasado por ese curioso y arriesgado artefacto cómico musical que estalló en nuestras pantallas bajo el nombre de EL OTRO LADO DE LA CAMA, fuera muy, muy, muy alargada y fecunda en más o menos disimulados sucedáneos discipulares, encargados de rentabilizar al máximo el filón dejado al descubierto por la insólita pieza que la sabia batuta del siempre sólido Emilio Martínez Lázaro supo enderezar con la pertinencia y el arrojo adecuado. Se trataría de imitar la misma operación que, por ejemplo, granjeó mieles degustadas con anterioridad a expertos conocedores de este oficio como Duncan Kenwoerth y Richard Curtis: las saboreadas primero con CUATRO BODAS Y UN FUNERAL volvieron a ser paladeadas en NOTTHING HILL, de igual forma que John Cleese y compañía gozaron con CRIATURAS FEROCES de los laureles ya peripuestos en UN PEZ LLAMADO WANDA. Aunque esta suerte de apuesta a caballo ganador no siempre da los frutos precosechados, y si no, que se lo digan al escarmentado Peter Cattaneo, que naufragó bien naufragado con aquel FULL MONTY carcelario, sosón y calcado que era, ni más ni menos, la desafortunada LUCKY BREAK de sus decepcionadas entretelas.

Desde luego, en principio, no es descabellado el planteamiento de, para elaborar un nuevo cocktail inspirado en el consumidísimo brebaje anterior, ajustar en nómina los servicios del profesional artífice del modélico preparado. Aquí, David Serrano, un joven madrileño de 28 años, iluminado guionista de la antedicha obra protagonizada por Paz Vega y Guillermo Toledo (entre otros muchos otros) hace ahora, fruto de un encargo televisivo, su debut como director de largometrajes con esta DÍAS DE FÚTBOL, en la que muy pronto se pueden observar ciertos paralelismos estilísticos y estructurales con la anterior: el gusto por la coralidad, el tratamiento de los problemas sentimentales de las parejas jóvenes en la sociedad actual, la abundancia de líneas narrativas, la importancia concedida a los diálogos, el ensañamiento impío con los personajes masculinos, y la propensión un tanto ya excesiva a cierta tendencia humorística castizo-pasota muy propia de ciertos programas (o clubs) televisivos, que abusa de un falso coloquialismo "ya te digo" post-moderno realista monologuero, de muy bajo nivel lingüístico concluido mayormente en taco cagoenmiputamadre, genitalmentador y verde que te quiero dos rombos.

DÍAS DE FUTBOL, no obstante, se desmarca con claridad de EL OTRO LADO DE LA CAMA por la evidente apuesta en la descripción de unos personajes que muy poco tienen que ver con los burgueses aturullados, mentirosos y danzarines de esta última. Los que aquí vemos son personajes de clase baja, de pocos alcances, conflictivos, y muy vulgares que parecen abocados a ser incapaces de mejorar sus vidas. Son reconocibles, ramplonas, bastas criaturas de barrio, que, o bien no saben salir de éste, o bien este mismo mantiene enjaulados, presos tras unos muros invisibles, que no pueden franquear, pues el fuerte condicionamiento social que los acorrala así lo dispone. Las andanzas de este preso recién salido de la cárcel que quiere estudiar psicología a distancia, del sometido oficinista a quien su novia de toda la vida le da largas, de un salido, regordete estudiante de derecho de treinta años, que se masturba hasta con las voces femeninas de los contestadores telefónicos, de un conductor de autobuses diariamente insultado por los niños que transporta, de un lelillo policía con ínfulas insufribles de cantautor asesinable, y las de un falso actor fracasado y ligoncete son, en suma, la entrecruzada madeja de aconteceres a los que persigue el (en apariencia) comprensivo director, y a través de los cuales va elaborando un discurso que no esconde nunca el ensalzamiento de algunos valores humanos (la amistad, la ayuda desinteresada) entendidos éstos no sólo como poderes estimulantes para conseguir unos objetivos predeterminados o personales, sino también como única isla del tesoro disponible, disfrutable por este grupo de seres patéticos, grises y cercanos. Lo más estimulante de la propuesta de Serrano radica en la coherencia pesimista con la que enfoca a sus personajes para burlarse y distanciarse de ellos: los condena a tener que soportarse unos a otros sin opción alguna, a tenerse sólo a ellos mismos, a conformarse con su propia inhabilidad, a ser goleados con inclemencia sin hacerles jamás abrigar la más mínima esperanza de una tabla de salvación. Para este colectivo de inútiles malogrados, definitivamente, la vida, por culpa de su propia bajura de miras, es una liguilla en la que ellos apenas pueden aspirar a escaparse de la cola de la clasificación.

Ahora bien, como en tantas otras ocasiones, una cosa es la tinta escrita, y, otra bien distinta, lo que de ella queda en la pantalla, o lo que en imágenes sabe ser transmitido del material escrito e intencional del que se ha partido. Se ha dejado constancia en las primeras líneas del presente escrito de la importancia de la labor de dirección de Emilio Martínez Lázaro en EL OTRO LADO DE LA CAMA. Es cierto que el guión servido por Sánchez era un primoroso prodigio de osadas delicadezas. Pero era la destreza del responsable de las poderosas LOS PEORES AÑOS DE NUESTRA VIDA y LA VOZ DE SU AMO la que hacía despegar con impecable ligereza las virtudes, las posibilidades de la historia a él entregada. Por desgracia, la desdicha de DÍAS DE FÚTBOL se fragua justo por todo lo contrario. Es la bisoñez, la inoperancia, la insolvencia del David Sánchez realizador la que masacra las teóricas bondades de la prosa por él mismo erigida sobre el papel. El realizador se muestra tan torpe con su cámara, como los miembros del improvisado equipete con el balón de reglamento.

Funcionan algunos gags bien efectivos como el robo de la cartera a los vecinos de salida campestre, o como la súbita bizquera del pretendiente de Natalia Verbeque y la ortodoncia de ésta. Anima a desopilantes expectativas la decidida, ágil y firme presentación de los personajes. Hay descargas de poderío cómico en los modos de acometer y regalarse a sus personajes de Ernesto Alterio, Fernando Tejero y Luis Bermejo. Pero, en líneas generales, la película entera sucumbe ante una pacata, atropellada y reiterativa realización, que se encarga de degradar muchas de las presuntas ocurrencias que debiera encargarse de escenificar. No se pueden filmar peor escenas como la de la mamada en el restaurante, la salida del patio de Jorge y Carlos, el asalto a la granja, o la misa de la boda final. Cansan, por repetitivos, el bizco, las amenazas del superior en la oficina, los lloros de María Esteve, los parlamentos atrancados de Alberto San Juan, las broncas de Natalie Poza, las canciones del poli tonto, y la inanidad de personajes como el de Pere Ponce, Eva Santolaria y Pilar Castro. Hay un total y mortífero abuso del plano general como estrategia resolutiva de muchas de las escenas que concluyen con muchos personajes en escena (en la paella, en la cena tras la salida del trullo, en el baile en casa del falso actor con las tintoreras, en el lastimoso entrenamiento, en la elección del cerdo). Pero donde el fracaso alcanza tintes de creación videoaficionada escasa e increíble es en todas las acciones que concurren durante los partidos de fútbol a los que hemos de asistir. Comparar el aturullamiento, la planicie y la tosquedad de cada uno de ellos con, por ejemplo, el crescendo tensional que Martínez Lázaro sabía imprimir a la secuencia del club de tenis, y el combate de raquetas y pelotazos entre Guillermo Toledo y Ernesto Alterio allí entablado en una de las mejores secuencias de EL OTRO LADO DE LA CAMA daría buena cuenta del partido que se puede sacar (o aniquilar) a una situación, cuando la persona que rige el criterio del objetivo de la cámara sabe lo que hace o no. Es una pena, pero a David Sánchez le ocurre, en ésta su esperada ópera prima, lo que a un egoísta y obcecado jugador de fútbol que provocara un penalti a su favor, se empeñara en lanzarlo a sabiendas de que él no es el especialista, y. al hacerlo, el baloncito cristalator fuera a parar a la mesa camilla de una vecina del décimo piso del edificio sito justo detrás de la ilesa portería. Otra vez será.

(**)Recomendada para todos aquellos que ven Estudio Estadio, se ríen con el gracejo natural de Raúl, y entienden lo que dicen Ronaldo y Roberto Carlos.

Celso Hoyo Arce